“La casa olía exactamente igual a los domingos de familia.”
Gabriel Baggio
Nieto no fue una muestra más de Gabriel Baggio; fue la escenificación del centro energético que gobierna todo su trabajo. Muchos artistas llegan a la edad de merecer una retrospectiva, y de incluir, en un mapa coherente, también azares o desaciertos. Baggio, antes de cumplir sus treinta años, fue capaz de hacer una muestra prospectiva. De establecer su propio mundo relevante.
Es lógico que un artista que se inspira en las labores heredadas de las mujeres de la familia haya encontrado en la casa de la abuela su sitio natural. Pero hay más: el espacio de esa casa se convirtió en un diagrama conceptual que hizo visible el cuerpo de una obra, sus partes, sus funciones, sus jerarquías. Como en el hogar, el epicentro del trabajo artístico de Baggio estaba en la cocina, en el acto de cocinar y dar de comer. Las obras de arte se colocaron en el living. El living es la sala de recibir visitas, la que da a la calle, el lugar donde el decoro es importante, donde una familia exhibe su imagen de sí misma para otros. En toda familia hay visitas superficiales, que no traspasan la frontera de lo ofrecido al público, y hay visitas que tienen permiso para pasar a los lugares íntimos. Del mismo modo, como espectadores, podemos quedarnos en la belleza de los patrones decorativos y el color brillante de los objetos de Baggio, o acceder al origen de su poder cautivante. Comida y cerámicas vienen del mismo fuego. Los utensilios culinarios fabricados por su abuelo no devinieron ready mades por un acto de nominación conceptual sino porque fueron primero convertidos en herramientas para hacer esculturas.
Si estas esculturas son restos de un hacer que no puede ser reducido al modelado escultórico, se parecen a un cuerpo momificado de cuya permanencia se escurren las vicisitudes de una vida. Entre el motor de la cocina y la elegancia del living se encuentra el dormitorio. Fue éste el lugar de la fotoperformance, a medio camino entre la acción y el objeto. El dormitorio es el sitio donde se abre el abismo entre la convivencia familiar y la irremediable soledad que nos acecha en la sexualidad y la muerte. “Cuando supe que mi abuela abandonaría la casa decidí cocinar con ella un último banquete”. Ser nieto es asumir que sobreviviremos a nuestros padres y abuelos y que toda herencia es a la vez nutricia y asfixiante. Gabriel Baggio urdió con los delantales de la abuela un manto final y actuó su propia muerte en un útero-ataúd repleto de comida casera.
Lo que no puede ser dicho ni en la cama ni en la mesa puede ser dicho en los zaguanes y en los patios, esos sitios fronterizos entre la casa y la calle, espacios residuales sin función específica. El vínculo que Baggio propone entre las acciones de tejer y conversar resulta natural. Lo inquietante resulta poder ver, en la longitud casi monstruosa de esa bufanda interminable y catártica, cuanto solemos callar en nuestras vidas normales.
Sin duda, la obra de Gabriel Baggio implica el reconocimiento de un mapa histórico preciso. Desde la perspectiva de género y la validación de las labores domésticas hasta la exploración y rescate del sabor y el olfato en la evolución del arte de acción. Pero es otro ardid genealógico el que define el perfil esencialmente específico y performático de su trabajo. “Mientras aprendemos a comer definimos qué nos gusta y qué rechazamos”. Baggio no está ocupado en una memoria íntima sino en una arqueología del sentido. Antes de consolidarse como una ciencia del arte y la belleza, la estética fue un discurso de las percepciones y del cuerpo. Que la inspiración en las abuelas no nos confunda: no se trata de una obra biográfica, ese género primero religioso, luego burgués, donde la notoriedad de un nombre propio torna valiosos los hechos más banales. La autorreferencia en Gabriel Baggio es algo cuidadosamente construido, tan artificial y elegido como erigirse en nieto de una estirpe exclusivamente femenina.
Para Spinoza la potencia del ser se expresa como un apetito (conatus). Pero apetito no significa lanzarse a la lotería de los choques positivos o calamitosos con otros cuerpos y registrar sus efectos. Se trata de discriminar entre alimento y veneno, ser capaz de componer con aquello que intensifica nuestra existencia. Spinoza no hablaba del Bien y del Mal, hablaba de vivir felices o infelices.
Valeria González. En busca del sentido perdido. 10 proyectos de arte argentino. Ed. Papers. 2010