En el origen fue el encuentro y la sintonía entre tres artistas. “La primera certeza fue la del interés en el trabajo del otro y la identificación en la forma de hablar de la propia historia de vida: Zoe a través de los relatos, Gabriel de las herencias, Carolina de los restos”.
Esta forma de hablar no es la de la biografía, que supone, antes, la importancia de un sujeto y, luego, que todo lo que le sucede, aun lo insignificante, resulte de interés para otros. Nuestros artistas no cuentan sus vidas, construyen sentidos a partir de vivencias y memorias. Su tono confesional es absolutamente honesto y, sin embargo, lo que hace que estas historias sean para nosotros relevantes es un artificio. Un artificio que es, a la vez, ético y estético.
Los tres trabajan en lenguajes diferentes. Pero movilizados y orientados por valores semejantes. La voluntad de recuperar en las memorias de la niñez y en las prácticas fuera de moda de generaciones pasadas herramientas para producir experiencias. Un viejo departamento del barrio de Once surgió como el sitio perfecto para trabajar este mundo en común. “Podría tratarse de la casa de mi abuela o de cualquiera de las personas de las que me gusta aprender: gente que continúa haciéndose la ropa a mano, cocinando a diario, tejiendo o fabricando sus utensilios artesanalmente”, dijo Baggio. Resultaba difícil distinguir, entre los muebles, los arreglos, los adornos, qué cosas eran “obra” de los artistas y qué cosas pertenecían a la casa. Tal distinción es inconducente porque el gesto artístico es la identificación con esos mundos perdidos que todavía pueden evocarse en lugares como éste. No se trataba de una “instalación” sino de habitar el lugar. Desde el alma ensayó un lugar particular de convivencia, de idiorritmia. Entre los artistas, pues todas las propuestas fueron performáticas y sucedieron en simultaneidad, y entre los invitados, que fueron convocados no como espectadores ni como partícipes sino como convidados. La experiencia tuvo forma de dádiva y agasajo; los artistas oficiaron de anfitriones.
Páginas atrás hemos hablado de Gabriel Baggio y el modo en que construye su propia genealogía de artista y se posiciona como aprendiz de manualidades que conservan aquellos tiempos minuciosamente alargados de nuestros ancestros. En este caso preparó chocolate con kujelles con su madre y tomó una lección de crochet con su vecina Cita. “No se trata de una recopilación de artesanías casi perdidas, me interesa vivenciar la experiencia desde adentro”. Baggio percibe en estos modos del hacer una reserva de resistencia simbólica y vital frente a la homogeneización cultural del capitalismo. Ciertas tradiciones que están a punto de desaparecer o de volverse obsoletas, dijo Walter Benjamin, tienen el poder de convertirse en imágenes dialécticas del presente.
A principios de los años 2000, Carolina Katz comenzó a acumular, como por instinto, los rastros de su vida cotidiana en dos series curiosamente complementarias. Por un lado, las innumerables agendas, libretas, papeles donde organiza sus actividades y enumera las tareas, consignas que a diario, una por una, tacha, una vez que han sido cumplidas o reprogramadas. Carolina ocupó con este material una habitación entera de la casa. El tiempo acumulado de organigramas y tachaduras se desplegó como un enorme manto en el espacio. Aun cuando no estaba planeado, la artista acabó conversando con los presentes acerca de cada detalle. Recordó el momento de fascinación infantil cuando veía a su padre abollar papelitos y tirarlos al cesto. En su exceso, el mundo regulado del trabajo se reconectaba a su fuente amorosa.
Por otro lado, la artista se sacaba continuamente autorretratos con su cámara pocket. Dice que era una suerte de exorcismo de la soledad. Hacia 2005 este ritual dio lugar a una producción singular. Carolina se concentró en documentar sus llantos de dolor amoroso, comenzó a recolectar y catalogar sus lágrimas y a guardar en frasquitos etiquetados algunos restos de relaciones pasajeras o frustradas. La incongruencia de temperatura entre métodos y contenidos revela que este delicado sistema de signos no puede ser reducido a la simple expresión de sentimientos. Uno de los presentes entendió que el sentimentalismo evocado en Desde el alma –al que la propia Julia Elena Dávalos contribuyó volviendo a cantar el viejo valsecito– era en verdad un llamado de atención sobre la anestesia que nos aísla y un intento de volvernos vulnerables a los otros.
“Me interesa recibir una beca de artista y que mi trabajo sea aprender de alguien mayor”. En sus performances de aprendizaje, además del desplazamiento en los saberes del arte, Baggio evoca el lugar de la niñez, no como quien obedece instrucciones de los grandes, sino como quien se relaciona y conoce los objetos a través de la experiencia. También aquí, Walter Benjamin creyó necesario redimir la capacidad cognitiva reprimida de los niños, que en vez de aceptar el significado dado de las cosas aprenden de ellas asiéndolas, usándolas y transformándolas. Decía que esa conexión sin rupturas entre percepción y acción era la conciencia revolucionaria y que el papel del escritor militante era mucho menos el de un comandante que el de un contador de historias. En 1928 definió su Libro de los pasajes como un “cuento de hadas”.
Hace casi diez años, aún en Córdoba, Zoe Di Rienzo se encontró con un libro notarial (Droguería del Mercado S.A.C.I. Caja y Bancos Nº 11). Fascinada por sus solemnes 500 hojas en papel biblia encuadernadas con tapa dura, comenzó a habitarlo con historias y acuarelas. Después siguieron viajes, mudanzas, acontecimientos, vínculos. Zoe siguió adelante las crónicas de su vida escribiéndolas e ilustrándolas al modo de los cuentos. Las vivencias se tornaban aventuras; las personas, personajes. En la casa leyó las páginas a los presentes como si fuera ella misma un hada salida de esos cuentos. Su vestido era verde, el sillón era verde, la pared era verde, como el libro. La ficción gravitó en el ambiente como en una seria ceremonia. Los oyentes se emocionaron sin romper el silencio.
Desde el alma fue íntegramente registrada en video y fotografías. Sin embargo, es llamativo que los testigos presentes insisten en recordar precisamente aquello que no puede ser documentado. Perfumes, temperaturas, memorias comunes reactivadas por el encuentro, simultaneidad de sensaciones, emoción. Conocemos muchas instalaciones y performances realizadas fuera del museo. La diferencia específica de esta experiencia es que su sentido último resulta intraducible al lenguaje del arte.
Valeria González. En busca del sentido perdido. 10 proyectos de arte argentino. Ed. Papers. 2010